Vino caliente y “papillotes”, clásicos de la Navidad en la Costa Azul
Que seamos invitados a cenar con una familia francesa, a una merienda municipal, tras participar en las actividades navideñas o a un aperitivo, mientras visitamos los mercados de la región, siempre habrá dos elementos con que brindar, que no faltarán en esta época: el vino caliente y los papillotes.
La historia del primero, le vin chaud, se remonta a la Edad Media. Bebida endulzada y aromatizada, a base de vino, se utilizaba con fines medicales, en especial, para favorecer la digestión, pero también para combatir las bacterias presentes en el agua. Con el fin de disimular el mal sabor del vino de entonces, los taberneros no tenían reparo en añadirle diferentes especias.
El vino caliente comienza a ser reconocido como vino de aperitivo cuando, allá por el siglo XVI, el rey de Suecia Gustav Vasa mezcla el vino, procedente del Rin, con miel, azúcar y las especias que hoy siguen utilizándose para este brebaje: canela, jengibre, cardamomo y clavos. En el siglo XVII, la bebida se democratiza y recibe el nombre de Gloöog, que literalmente quiere decir “vino calentado”. A partir de 1980, se populariza por toda Europa, hasta el punto de que cada hogar prepara su propio vino caliente.
Junto a él, envueltos en pequeños papeles rizados, encontraremos, muy a menudo, los papillotes. Se trata de bombones de frutas confitadas, originarios del barrio lionés de Terreaux. Se cuenta que, a finales del siglo XVIII, el ayudante del maestro chocolatero Papillot, enamorado de una joven que trabajaba en lo alto de la tienda, le enviaba, todos los días, una carta que acompañaba de un bombón, recién hecho, y dentro de un envoltorio de colores llamativos. Sorprendido por el dueño, el artesano fue despedido, pero el chocolatero guardó la idea para comercializarla con su nombre.