Construyendo un futuro: entrevista a Fran y Dani
>> ESPAÑOLES EN LA COSTA AZUL <<
Los hermanos Segura, originarios del pueblo de Cazorla, en Jaén, y residentes en Castellón, llegan a la Costa Azul, hace un año y tres meses, huyendo de la crisis económica que vive España y que ha afectado muy especialmente a su sector, el de la construcción.
Allí, eran autónomos, hasta que las pequeñas empresas que los contrataban dejaron de tener solvencia y se vieron obligadas a cerrar. Aún sin experiencia laboral previa en el extranjero y sin saber una palabra de francés, Dani y Fran no se lo pensaron dos veces, cuando los llamaron para trabajar en las villas energéticas que proliferan en la región. Una noche, dándole una tregua a la rutina, los encontramos en el pintoresco pueblo de Valbonne. Allí, en torno a una cerveza, estos dos alegres andaluces nos cuentan su experiencia.
¿A qué os dedicáis en este momento?
D: Ahora hacemos algo parecido a lo que hacíamos en España. Seguimos trabajando con los aislamientos de las casas, pero aquí nos hemos especializado en las viviendas energéticas.
¿Qué es lo más que os gusta de la región?
F: A mí, lo más que me gusta es el paisaje. El contraste de las montañas con el mar y la rapidez con la que puedes pasar de la playa a la nieve.
D: Claro, esto no lo teníamos en Castellón. Allí, entre pueblo y pueblo hay, sobre todo, olivares. No es como aquí, que por todos lados hay pinos y bosque. Me parece algo espectacular: vivir en una casa y a cinco metros tener un bosque de veinte o treinta hectáreas.
¿Dónde estáis viviendo?
D: En Mougins…
F: A mí me gustaba más donde estábamos antes, en Juan-les-Pins, porque había más ambiente y teníamos la playa a diez metros de casa.
D: Yo también prefería Juan-les-Pins, encuentras más jóvenes, en Mougins son gente más para jubilarse… (risas). En cambio, en este pueblo noto que son más amables. En seguida, desde que los vecinos nos ven, nos dicen «Bonjour, ça va?», o nos ven llegar con las bolsas: «¿Qué?¿Vienen de comprar?» En Juan-les-Pins, al ser una ciudad mas turística, cada uno va a lo suyo.
¿Cómo es vuestro día a día?
F: Entre semana, nos levantamos a las siete y media. El jefe nos dice dónde tenemos que ir. Vamos a buscar el material del almacén y comenzamos nuestra ruta de casa en casa. Por la tarde, terminamos entre las cinco y las siete…
D: Sí, depende del día. Y eso es lo que más me gusta de mi trabajo: que no es monótono. Cada día, tienes que hacer una cosa diferente y, en poco tiempo, conocemos mucha gente. Yo no sé si es por mi sangre andaluza, como digo yo, pero yo no podría estar haciendo siempre lo mismo. Luego, los fines de semana, sobre todo los domingos, vamos a visitar pueblos y a conocer un poco la región.
¿Qué ha supuesto cambiar de país en vuestras vidas?
F: Buenos, primero que hemos dejado a la familia, los amigos, la novia… Al perro, ¡que también se echa de menos!
D: Yo, antes de venir, estaba estudiando, porque me había quedado sin trabajo y quería seguir formándome. Un día hablé con un compañero que se quería venir a Francia y yo, en ese momento, le dije: «Vaya, ¿irse a Francia así? Yo me lo tendría que pensar», pero justo, dos semanas después, me llamaron…Y ni me lo pensé. Se lo dije a Fran, dejé de estudiar y nos vinimos a la aventura.
¿Os arrepentís?
D: No, no. Es una experiencia que vale la pena y que espero que dure.
F: Hay gente que dice que está mejor en su casa, en España, pero allí si no tienes trabajo, en realidad, no estás bien. Vale, que salir fuera supone un esfuerzo, pero no hay otra opción.
¿Cómo veis vuestro futuro a corto y largo plazo?
D: Depende de la oferta. De momento, estoy muy bien aquí…vamos a ver cuánto dura. Yo creo que tenemos para dos y tres años todavía.
F: Yo depende del estado de ánimo. Hay días en los que cogería la herramienta y me iría para España y otros días que digo: «mira, me compro una casa y me quedo toda la vida.» Y a mi novia se lo he dicho tres y cuatro veces: que si no encuentra nada allí, que se venga.
Después de todo este tiempo, tendréis alguna anécdota…
D: Miles, todos los días nos pasan cosas, sobre todo, porque nosotros el francés no lo llevamos muy bien y para entendernos con los clientes nos cuesta un poco. El otro día estaba hablando con el dueño de una casa de Vallauris que tenía una humedad en la pared. Yo le dije más o menos: «J’appelle le chef y luego vemos lo que hacemos», pero el hijo pequeño, que estaba al lado escuchando todo, salió corriendo y volvió con una pala… ¡Vete a saber como pronuncié «j’appelle«!
F: Con los gestos nos vamos entendiendo, que es el lenguaje internacional…vamos a comprar el pan y con la mano, le pedimos uno o dos. Y al final, como dice un compañero mío, «me duelen los brazos de tanto hablar francés».
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