Entrevista a César Acevedo: «La Tierra y la Sombra me ayudó a sanar por dentro»

César Acevedo presenta su primera película en la Semana de la Crítica en Cannes: «La Tierra y la Sombra»

Cuando terminó el estreno de La Tierra y la Sombra en el Espacio Miramar, la sala se llenó de aplausos. Si bien un critico de la competición confesó, antes de la proyección del rodaje, que era una de sus películas favoritas, nadie se imaginó en ese momento que la creación del joven director colombiano despertaría tantas emociones, hasta el punto de llevarse los premios SACD (Sociedad de Autores); el France 4 Visionary Award, premio revelación, Le Rail d’or (del público) y el más importante, la Cámara de Oro, otorgada a la mejor primera película de entre las participantes en el Festival de Cannes.

Bajo una sombrilla blanca en la playa de Cannes, César enciende un cigarro. Todo había ido muy rápido desde que terminó su obra. Con su mirada cristalina de ojos verde esmeralda y su acento colombiano, nos cuenta con pasión lo que se esconde detrás de su primer largometraje…

¡Enhorabuena! ¿Se imaginó en algún momento que su película sería premiada en Cannes?

César: No, nunca tuve en la cabeza hacer la película por esas cosas, pero sí que ha sido un honor. Un reconocimiento muy grande al trabajo de todo el equipo y, sobre todo, porque fueron muchos años de trabajo. Además, al ser una película tan personal para mí, pues fue muy hermoso ver la película en Cannes por primera vez.

Le vimos emocionado al final de la proyección de su película, ¿fue por verse en Cannes o por los recuerdos que le despertó?

Fueron muchas cosas. Era la primera vez que podía ver la película completa. Fueron casi ocho años de trabajo para llegar a ese momento. Y pensar en todo lo que implicaba; todo lo que perdí, pero también todo lo que el cine me brindó, fue muy bello. Además, mi padre estaba presente, así que fue un momento especial.

¿Cuando se empezó a gestar la película?

Yo empecé a escribir la película a los 19 o 20 años. Todo nació de un dolor personal. Mi madre acababa de morir y mi padre era como una especie de fantasma. Mi imposibilidad de generar recuerdos me condenó a olvidarlos, así que trate de hacer una película que me permitiera estar con las personas que más amaba en el mundo. Era una forma de hacerle frente al olvido. Pero no fue fácil. Al principio, me di cuenta de que había llenado esa casa (la de la película) con mis fantasmas. Fantasmas que no podían hablar entre ellos, que deambulaban por los pasillos y por la habitaciones sin poder conectarse. Así que tuve que aceptar que todo lo que yo estaba buscando desapareció con ellos y quise tomar distancia para construir los personajes. Eso también me ayudó a sanar por dentro.

En cierto modo, hacer cine, ¿le proporcionó alivio?

Sí, yo siempre he sido muy cinéfilo. Y el cine es muy bello en ese sentido: que nos hace sentir más humanos y enriquece nuestra experiencia del mundo. Ahorita que tuve la oportunidad de hacer la película, descubrí que también es un lenguaje que permite expresar nuestros sentimientos y pasiones más profundas. Hacer un tema como «La Tierra y la Sombra», tan personal para mí, me ayudó a sanar de esas heridas y a vivir, en cierta manera.

¿Qué encontramos más en La Tierra y la Sombra: el reflejo de sus sentimientos o la denuncia social en esta zona de Colombia?

Yo creo que hay un equilibrio. Está el tema de la familia, que incluye recuerdos míos. Pero también era muy importante el tema de la tierra. Porque, al ser una película que habla de mis orígenes, tenía que hablar de el sitio donde están ellos. Están en la geografía del Valle del Cauca. Es un departamento que depende económicamente, en su mayoría, de la caña de azúcar, y yo quise visibilizar los problemas sociales que han sido legitimados por la Historia, como la pobreza, el cambio, el desempleo…

¿Qué recuerdos suyos aparecen en la historia?

Pues el abuelo enseñándole a levantar la cometa o el cantarle a los pájaros, pero no hay más referencias a mi infancia. Es todo muy orgánico.

¿Usted llegó a vivir esos cambios en el paisaje?

Yo no lo viví. Toda mi infancia viajé mucho en automóvil con mi padre, y como que veíamos el paisaje por las ventanas, separadas por el tiempo del espacio. Él veía dónde estaba su casa, su escuela, los cultivos que había… A mí sólo me tocó ver cañas de azúcar. Entonces, heredé desde muy chico ese sentimiento de pérdida. Porque toda la Historia y la memoria de ese pueblo que fue arrasado se ha ido perdiendo.

Porque sus padres le transmitían lo que había cambiado…

Era muy raro, porque era un sentimiento de pérdida, pero al mismo tiempo de resignación. Como que el pasado se perdió y no más. Y yo que no tuve oportunidad de conocerlo, me duele mucho eso. La casa donde grabamos no existía. La mayoría de la gente ha sido desplazada a las ciudades. Para la película, tuvimos que arrendar la tierra, cortar la caña y construir la casa según las necesidades para la historia.

¿Cómo fue el trabajo con los actores?

Bueno, al ser una película que tiene una carga dramática tan fuerte, quería trabajar con actores profesionales, pero fue imposible porque en Colombia no encontré un casting apropiado. No era sólo un tema de interpretación, sino que a mí me interesaba la verdad del cuerpo: es una historia de hombres del campo y yo quería que esa huella estuviera presente en las manos, en la piel. Así que decidimos que lo mejor era hacer un casting en la región y buscar gente que pudiera servir. Por ejemplo, el protagonista, Alfonso, era el señor encargado de servir los tintos y hacer el aseo en el teatro donde hacíamos el casting. Lo vimos, lo llamamos y al principio no quería porque no entendía, pero al final aceptó y fue una persona que aportó mucho a la película: un hombre muy sensible, pero también muy profesional. Y así fue todo. Solo hay una actriz profesional, Esperanza, la más joven. Alicia, la señora, hizo teatro toda su vida, pero en cine no tenía experiencia y era difícil porque venía de otro lenguaje. Para adaptar a toda esta gente, lo que hicimos fue, que cinco semanas antes del rodaje, trabajamos con Fátima Toledo, una preparadora de actores de Brasil, que hizo la preparación de «La Jaula de Oro», «Ciudad de Dios»… y no les dábamos el guión, ni preparábamos escenas, sino que el método consiste en despertar la memoria sensorial que todos llevamos.

¿Cómo es eso?

Se trata de despertar tus experiencias de vida y tus sentimientos para que puedas aplicarlo a la caracterización de tu personaje. Por empleo, Fátima se fue antes del rodaje y yo, siguiendo con eso, lo que hacía era buscar conexiones entre sus vidas y el momento que tenía que representar en la escena. En la escena en la que el niño tenía que despedirse de su padre, que se iba al cielo, pasaba casi al final del rodaje. Le explique que eso se iba acabar, que era el momento de despedirse entre nosotros, que habíamos creado unos lazos casi como familia. Y hacer este tipo de conexiones entre la vida real y lo que va a pasar en la escena funcionó muy bien.

Vemos en su película un meticuloso cuidado técnico y el equilibrio de las imágenes… ¿Es usted un perfeccionista?

(Risas) No, no soy perfeccionista, pero sí que trato de cuidar mucho el trabajo. Nos preparamos durante muchos años. Todo estaba muy pensado. Repetía las tomas veinte o veinticinco veces. No daba lugar a improvisaciones, salvo si sentía que los personajes querían decir las cosas de cierta manera porque así les salía del alma. Pero todo lo de la fotografía, el tiempo, el espacio estaba muy pensado porque es importante que el sentido se construyera no sólo por palabras sino por imágenes y sonidos. Lo importante era crear esa atmósfera que diera cuenta de que los personajes no sólo viven en un encierro físico sino también emocional. Por eso el juego de claros y oscuros. Sales y crees que eres libre, pero, en realidad, no…

María Pérez

Editora de Costa Azul Digital. Periodista española, enamorada de la vida y amante de los viajes. Puedes encontrarme en Twitter y en Facebook.

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