Una paella para atraerlos a todos…
Es un domingo caluroso de principios de verano. Como cada semana, las puertas de la Nueva Casa de España de Saint-Raphaël están abiertas de par en par. En torno a mediodía, el bullicio comienza a hacerse más notable en el local de la Asociación española. Hoy, se esperan más invitados que de costumbre. Y es que el olor de las dos grandes paellas valencianas que cuecen, desde hace horas, en los fuegos se percibe incluso en el departamento vecino. Españoles que viven en distintos rincones de la Costa Azul: Cannes, Niza, Fréjus, Le Muy, Grasse e incluso desde Marsella, van llegando poco a poco.
Al entrar a local, parece que nos teletransportáramos a un rincón cálido y festivo de España. Las banderas rojas y amarillas e incluso el retrato de los antiguos reyes, Juan Carlos y Sofía, nos saludan con gracia. Dos grandes mesas se extienden en paralelo hasta el final de la sala, hasta los pies de un escenario, testigo del jolgorio vivido durante muchos años desde la fundación. Detrás de la barra, dos jóvenes de sesenta y algo, nos preparan el aperitivo.
Entre los presentes, van quedando pocos socios españoles. Desde que se fundara la Casa de España, allá en 1979, cuando un grupo de amigos quiso que esa reunión dominical en un bar de Saint-Raphaël tuviera un espacio y acogida mayor y perdurara en el tiempo, muchos han regresado a hacer su vida de jubilado en su pueblo natal y otros han fallecido. Hoy en día, la mayoría son hijos o nietos de aquellos emigrantes que vinieron en los años ’50 y ’60 a labrarse una vida mejor, y simpatizantes de la cultura hispana. «Yo vine con 13 años, porque después de la catástrofe de Malpasset, cuando se vino abajo la presa y las aguas devastaron Fréjus, que hubo más de 400 muertos, mi padre dijo que habría trabajo en la región para reconstruir todo», nos comenta Josefa, una española dicharachera, que se casaría, años más tarde, con un francés y no volvería a su patria sino de visita.
La historia de la emigración española en Francia parece repetirse una y otra vez. Tan sólo en el siglo pasado, dos grandes oleadas migratorias de produjeron hacia el país galo. La primera tras la guerra civil y el triunfo de los nacionalistas, que obligó a los republicanos y contrarios a la dictadura a escapar de la represión; la segunda, entre las décadas de los 50 y 60, en plena crisis, cuando numerosos obreros se ven abocados a buscar un trabajo en el extranjero. En la actualidad, y desde hace ya algunos años, la crisis económica golpea de nuevo la población española, que se plantea seguir los pasos de sus abuelos y probar suerte en el extranjero. El nuevo perfil de emigrante español ha cambiado: ahora son, sobre todo, los jóvenes preparados los que dicen sin miedo ¡hasta luego! al país que los vio nacer, pero también encontramos muchos padres de familias, valientes y luchadores, que vienen solos para dar una vida digna a los suyos.
La paella ya está a punto. La presidenta de la Casa, María Luisa Postigo, da la bienvenida a un grupo especial. Ese nuevo aire de jóvenes, llegados hace poco a la Costa Azul, y reunidos gracias a Ana, madrileña que dejó todo por un amor francés: «Ya es difícil dejar tu país, y se pasa muy mal cuando nos sentimos solos, por eso es bueno reunirnos, pasar un buen rato y ver que no estamos solos, que hay muchos españoles aquí…» nos dedica la joven.
Se sirven las bebidas: vino tinto o rosado, según el nivel de afrancesamiento. Y ahora sí, los platos están listos. La paella de marisco y carne desprende un aroma que reviva en nuestra mente esa comida familiar, en un tiempo no muy lejano, con los hermanos, los padres, los tíos, los abuelos… Aún en la distancia, al saborear ese plato típicamente español, es como si estuvieran ahí, a nuestro lado, compartiendo ese momento especial.
¡Gracias, Nueva Casa de España!
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